05 diciembre 2013

La Sagrada Familia: la basílica sublime

Nada más exquisito que sentir que una obra arquitectónica te deja sin palabras. Pararte frente a su fachada, recorrerla lentamente con la mirada, maravillarte con cada centímetro de construcción, admirar su belleza en silencio. Fue lo que me ocurrió cuando me paré frente a la famosa Basílica de la Sagrada Familia, también obra de Gaudí. Al estar junto a ella sientes que es un edificio con vida propia, que respira, que se mueve. El edificio te absorbe cuando entras y quedas perdido por un momento en el espacio, totalmente sobrecogido, como si sus delicadas columnas y esculturas se inclinaran a recogerte a tí, un ser tan pequeño.




Impresiona que Gaudí estuviera consciente de que no la iba a poder ver terminada y de que otras generaciones lo harían por él.



Las famosas esculturas de Josep Maria Subirachs de la fachada de la Pasión transmiten toda la fuerza y las emociones de los pasajes biblicos que recrean. Son hermosas las facciones de Cristo en su sufrimiento y de San Pedro cuando lo niega e inclusive las figuras del beso traicionero de San Judas.






Y desde las torres se aprecian los hermosos y delicados decorados que envuelven la fachada del Nacimiento.




Dentro, la luz y la verticalidad vertiginosa lo ocupan todo en el diseño que Gaudí pensó basado en un bosque.


Los colores de los vitrales atrapan la mirada y el pensamiento. Es la combinación de colores perfecta para calmar los sentidos. Y el corazón termine encojido.





Nada más feliz que dejarse atrapar por una edificación construída pensando en el hombre y pero también en lo sublime.

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